sábado, 29 de octubre de 2016

11S


Resulta imposible caminar por New York sin levantar la cabeza comprobando lo innecesariamente altos que son sus rascacielos. Pasan aviones constantemente sobrevolando Manhattan y es inevitable recordar lo ocurrido el 11S. Te hace plantearte muchas cosas sobre esa ciudad, la magia y decadencia que desprende a partes iguales, las imágenes cinematográficas que recuerdas en cada esquina, en cada rincón. Te preguntas si New York ha sido utilizada como escenario de muchas películas, o si la ciudad en sí misma se construyó para ser un gran escenario, donde la realidad y la ficción se entremezclan sin definir sus límites, donde sus habitantes interpretan un papel que han asumido como real... Eso me hace volver a recordar el 11S.

sábado, 1 de octubre de 2016

New York City 2016

Cruzar el charco en avión nunca ha sido tarea fácil, no logísticamente hablando, ya que plantarse en ocho horas en Nueva York, sigue siendo uno de esos trucos de magia que no pretendo entender sino simplemente disfrutar. Sin embargo requiere de cierta resistencia mental para enfrentarse a los diferentes protocolos de los aeropuertos, y si además hablamos de Estados Unidos, donde los controles de seguridad se multiplican exponencialmente, ya requiere de una dosis extra de paciencia.

Cualquier guía de viajes que consultes te hará referencia a que los neoyorquinos no son especialmente simpáticos y que no dudan en mostrar su mal humor si no te adaptas al ritmo de su ciudad, tanto si es a pie o en coche. Tardar tres segundos en decidir si quieres el kebab de ternera o cerdo, puede suponer que te salten el turno en un puesto callejero de comida y pasen de ti hasta que seas lo suficientemente rápido como para describir el menú exacto que deseas en lo que dura una exhalación. 

La referencia inmediata que tenemos todo hijo de vecino cuando viajamos a la gran manzana, es la de las películas peyorativamente definidas como “americanadas” plagadas de topicazos y clichés: brokers pegados a sus teléfonos móviles engullendo rápidamente cualquier comida basura por Wall Strett, vagabundos tirados en mitad de la acera, carteles con protestas raciales en el barrio de Harlem, nuevos ricos excéntricos con coches descapotables y perros ridículos en el asiento de atrás, partidos de baloncesto en canchas callejeras a cualquier hora mientras algún rapero improvisa sus rimas junto a la vaya metálica perimetral, turistas ataviados con diademas que simulan la corona de la Estatua de la Libertad, el luminoso horror vacui desproporcionado de Times Square, rascacielos absurdamente inmensos o el consumismo más voraz y exagerado en la ciudad más voraz y exagerada del mundo. Es aquí cuando surge el dilema ¿esperaba encontrar en Nueva York todos esos tópicos o tenía la esperanza de encontrar el lado más humano y amable de la ciudad que no se refleja en las películas? Por desgracia, una vez comprobado que todos eso tópicos son reales y no hacen más que reflejar una realidad relativamente decadente, mi postura fue la de buscar la aguja en el pajar e intentar encontrar esa humanidad que no conseguía apreciar. 

Asumir que lo que estaba contemplando ante mis ojos era la ciudad gris e inhumana que ya había supuesto que era tras haber digerido y defecado durante años cine y series de televisión norteamericanas, fue el ejercicio más fácil e inmediato. Cruzar en coche de noche el puente que une Queens con Manhattan y ver como aparece ante tus ojos el inmenso y abrumador skyline neoyorquino, fue una sensación que me arrancó de la boca un sincero “Wuaaauuu” que pasó del deslumbramiento al horror en lo que tardé en ser engullido por aquella masa inhumana de hormigón y cristal. Una ciudad que había entrado en bucle hace ya muchos años y que se deglutía y regurgitaba a sí misma una y otra vez. 

Un amigo que también había viajado allí antes que yo me dijo: “Efectivamente es como en las películas... Es la ciudad más consumista del mundo. ¿Qué esperabas encontrar allí?” Supongo que esa aguja en el pajar.