jueves, 19 de enero de 2017

Viajando sin moverse / Travelling without moving (2016-2017)

Les muestro a varias personas, en la pantalla de mi teléfono móvil, las primeras fotografías que acabo de editar de mi último trabajo. Veo caras de confusión, párpados entornados y algunos ceños fruncidos. A la pregunta ¿qué te parece? recibo como respuesta otras preguntas. “Pero esto son dibujos de un libro de ciencias ¿no? No, espera, ya lo sé ¿has fotografiado unas postales antiguas? No entiendo estas fotos ¿te has ido de safari?” Primer objetivo cumplido, sembrar la duda.

Cuando trabajas a partir de la obra de otros, te planteas qué hacer que ofrezca un punto de vista nuevo o al menos personal. A estas alturas intentar dar una vuelta de tuerca en el mundo visual resulta difícil y más si trabajas con material de principios del siglo XX con el que han trabajo anteriormente y con tan buen resultado, otros fotógrafos como Valentín Vallhonrat o Hiroshi Sugimoto. Ambos, tal vez, se plantearían un dilema parecido cuando contemplaron los dioramas que el taxidermista Carl Akeley diseñó para el American Museum of Natural History de New York en la primera década de 1900. Akeley, fue desgranando sus creaciones, entre 1920 y 1940, en diferentes salas del Museo. Enormes escaparates con animales disecados de diferentes ecosistemas del planeta que recreaban, de una manera bastante creíble, el entorno natural del cual fueron despojados aquellas criaturas salvajes.

Los libros antiguos ilustrados sobre fauna y flora habían quedado atrás dejando paso a las fotografías de animales en entornos naturales, pero ni tan siquiera eso era ya suficiente, se quería más realismo y el zoo de Central Park no ofrecía tanta variedad de animales. Ni tan siquiera irse de safari era ya necesario. Los neoyorquinos de hace cien años podían pasear durante un solo día y viajar sin moverse, desde las profundidades de los bosques norteamericanos a la sabana africana o a las tundras del Ártico. Un trabajo exquisito que permitía contrastar tu miserable tamaño con el de un oso erguido en actitud de darte un zarpazo en cualquier momento. Una familia de ciervos alertada de nuestra presencia por el aviso del macho o unos rinocerontes contemplativos observándote con su mirada inerte al otro lado del cristal son algunas de las posibilidades que permite esta colección de bodegones con pelo y pezuñas.

De acuerdo Akeley, llevamos casi cien años, al margen de posturas animalistas y ecologistas, comprobando que tus monstruos de Frankenstein han envejecido bastante bien. Contigo el mundo de la taxidermia debió de envidiarte y maldecirte durante décadas, relegando sus esfuerzos a disecar cabezas de animales como trofeos de cazadores domingueros. Pero yo no quiero viajar sin moverme, aunque eso me remita, como título irónico a mis fotografías, al enorme disco Travelling without moving que Jamiroquai publicara en 1996. Me apropio del trabajo de Akeley y del de Jamiroquai y hago mi propio Frankestein. No invento nada nuevo pero yo también quiero devolver la vida a esos animales que no eligieron estar ahí y que muestran de una manera simulada una vida que hace un siglo les fue arrebatada. También quiero devolverlos a las páginas de aquellos libros de ciencias que los mostraban al público como criaturas lejanas, misteriosas, inalcanzables y casi sobrenaturales. Quiero devolverles la dignidad y la libertad que les fue arrebatada. Quiero que cuando la gente vea estas fotografías, piense que he recorrido medio mundo y he podido sentir la emoción y el miedo de rodearme de estas bestias. Quiero que la gente pueda imaginarse por un momento que estos animales estaban cargados de vida cuando fueron fotografiados y aunque solo sea por unos segundos, mantener viva esa magia. Si he conseguido eso, me daré por satisfecho.