Realizamos en 2010 un
viaje de muchas horas al volante desde Budapest, capital de Hungría, hasta
Transilvania en Rumanía, con la única intención de conocer de primera mano el
castillo de Vlad Draculea, el histórico personaje que inspiró la novela de Drácula.
No creo que mereciera tanto la pena aquel largo camino subiendo los nevados
montes Cárpatos, para finalmente descubrir que muchas veces es mejor quedarse
con el recuerdo del cine. Aquel supuesto temible castillo que nos esperaba, era
en realidad un lugar relativamente acogedor. Lo terrorífico era imaginarse la
carnicería que solía realizar con sus enemigos alrededor del castillo, el
personaje real al cual apodaban Vlad el Empalador. De aquel viaje la única
instantánea que rescaté con cierta satisfacción, fue la de este anciano montado
en su bicicleta atravesando las calles de un pueblo casi desértico. Una imagen
atemporal tomada al inicio de la segunda década de este siglo XXI, pero que
perfectamente podía haber sido capturada hace tres décadas.